domingo, 27 de julio de 2014
Una luz que parpadea ilumina por igual.
-Y dime, tú, tú que has visto guerras, hambre, peste, dime, tú que has visto lo mejor y lo peor del ser humano, ¿Qué hay en él qué te produce semejante sentimiento de ternura y tristeza, que es el único de nosotros que capta tu atención?
-¿Atención? Sí, supongo que podrías llamarlo así, aunque cabe más que ello, la admiración.
-Admiras a alguien que no tiene tierras, que no tiene tesoros, que no busca ni quiere hacerlo.
-Admiro al único humano que he conocido que de tan destrozado que tiene el corazón, repleto de llagas, ya no concibe sentimiento alguno en su interior. Ya no ama. Ya no llora. Ya no siente. Cuando siente unos dulces labios en su mejilla, no encuentra ya en su mente aquel resplandor que agotaba las reservas de la energía que caracteriza al ser humano. No. Él ya no tiene luz, ni la quiere, pero la busca.
No, querido amigo. Yo quizás seré la muerte, pero aquí, este hombre suburbano representa lo más pobre de la humanidad. La soledad. Sois millones, miles de millones, y sin embargo no recordáis que es el hecho de amar de tal manera que no hay extensión mayor que la mirada imperceptible de la persona amada. Sin embargo, a su vez, representa y hallo en él la mayor fuerza de la que disponéis. Él lucha.
Otro ya se habría rendido. Sois tremendamente sensibles a lo que una herida representa, pero cuando se trata de que os hayan tocado vuestras entrañas, rabiáis, pataleáis y, en última instancia, calláis.
Pero él no. No sabe lo que es el amor, no ya, ni la fuerza del miedo, ni del terror. Ni siquiera la decisión puebla su mirada. Es la más pura prueba de que sin emociones, no sois nada, puras carcasas de carne y hueso que deponen todo a las emociones más básicas.
-¿Y...pese a todo...?-Acabó preguntando Apostífones, dubitativo.
-Pese a todo, él amó, y de la manera más pura que existe. Su cuerpo es un cuarto oscuro, sediento de aquella luz que tiempo ya, una vez, le inundó. Ahora no, ni lo desea, aunque lo busca. Porque un corazón muerto no puede redimirse de la porción de muerte que ya le pertoca, y él lo sabe, pero, también sabe con el mismo fervor, que no hay mayor gloria que luchar por una causa perdida. Y él es, a día de hoy, el último de una estirpe de luchadores.
Aquellos que luchan las batallas que nadie se atreve, aquellos, algún día dominarán el corazón de toda la humanidad. Pero hoy, no es ese día.
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Reflexiones,
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