lunes, 12 de agosto de 2013

La leyenda de Valoran el marino (Parte I)

Esta es la historia de Valoran, el marino.
Los pocos que recuerdan como era lo describen como un esbelto caballero, vestido con unos pantalones negros gastados, unas botas sucias de coral y algas, un fajín rojo y una camisa blanca ancha. Su pelo, negro y corto, tapado por un pañuelo negro. Sus ojos sin embargo eran sendos lagos de agua negra, pues nadie hallaba en ellos pupila ni iris alguno, solo la mas pura negritud...

Sus andares eran siempre torpes y quietos, algunos lo achacaban a una cojera, otros a una falta de equilibrio, todos errados pues lo que le obligaba a cogerse de marcos de puertas o sujetarse sobre mesas era su constante estado de embriaguez, lo cual casi le nublaba la propia vista.

Aquellos que pudieron contemplarle usar su sable no pudieron mas que temerle. Un bucanero relató como una vez, creyendo que se trataba de una pelea entre ebrios marinos no se interpuso entre cinco maleantes y Valoran, sin conocer aún su identidad. La manera en que se desembarazó de los cinco, mientras aún sujetaba la botella de ron era tal, que tuvo que socorrer a los cinco heridos mientras su agresor andaba hacia la taberna mas cercana.

Sin embargo, esa era la faceta alegre de Valoran...pocos conocían sus auténticas verdades, sus más ocultos secretos, o sus más inhumanos dolores. Solamente se conocía su afición por entrar en cada taberna de los doce mares, soltar una bolsa llena de doblones de oro, sentarse una silla, posar sus botas sobre la mesa, bajar la mirada y acercarse una mesa, donde el posadero depositaba una tras otra botella tras botella de ron, al insaciable apetito de ron del estómago de Valoran. En más de una ocasión alguien había arrebatado alguna de aquella mesa, pero mientras hubiese otra de la cuál pudiese beber, al marinero no le importaba.

Cada noche, además, elegía una dama de las que nadie podía cortejar de la ciudad que visitaba. Marquesas, baronesas, duquesas...e incluso se rumoreaban malas artes acerca de la princesa de Nueva Utá, pero ella siempre lo negó todo.

Cada dama que compartía su alcoba, su cama, su camastro, su litera, su hamaca o el propio suelo sentía en sus carnes la más pura y dura pasión, el ardor de un ser capaz de hacerlas vibrar con el fervor del miedo y del amor en una sola noche. Se decía que ninguna mujer se recuperaba de aquella noche, que ningún otro hombre llegaría jamás a igualarla, y que enloquecían por volver a ver al marino errante...

Su barco no había sido visto por hombre alguno, pero se decía, por la cantidad de cortes que tenía la empuñadura de su espada, que debía ser enorme, para poder albergar semejantes batallas.

Pero aunque se conocían mil cosas acerca de él, nunca nadie le vio sentado cada noche en los muelles de la ciudad que visitaba, con el pañuelo en su mano derecha, una pierna balanceándose sobre el agua marina, la otra en el suelo, y su espalda apoyada en las agarraderas. Nunca nadie distinguió aquellas amargas lágrimas, ni aquella botella de ron que nunca se terminaba, pues la propia luna se la rellenaba. Nunca nadie oyó como recitaba su juramento perpetuo, o como la voz se le quebraba siempre en exactamente la misma palabra. Nunca nadie entendió porque aquel ímpetu por estar ebrio dia y noche, ni nadie nunca adivinó porque Valoran hacía el amor con el ímpetu de un suicida.

Hasta que un día, postrado de nuevo en un muelle, volvió a realizar su juramento:

Que no te espero,
que no te busco,
pero juro que te quiero
y por ello no muero, lucho.

Y si es ella la que te retiene
que venga a verme, cobarde,
cada mujer que me quiere
se ha muerto, por ir a avisarle.

Son mis alas tus palabras
y mi credo tu nombre
pues vivo mientras hablas
en mi mente, Penélope.

Y dicha noche, la luna no rellenó una última vez aquella añeja botella de la última taberna. La increíble borrachera que llevaba Valoran era comparable al esfuerzo que le suponía mantener los ojos abiertos, pero era lógico, tras pasarse siete años sin dormir. Por ello, cuando por fin se le apareció una bella mujer frente a su pierna derecha, supo que el día había llegado.

-Me han hablado mucho de ti, Valoran-Dijo la extraña con la voz más aterciopelada que el marinero jamás conoció.
-A mi sin embargo de ti no sé más que eres la más furcia de las furcias-Espetó el marino, tratando de mantenerse recto, pero sufriendo con cada segundo de soportar la inmensa borrachera que llevaba-¿Por qué me has hecho esperar tanto?
-Nunca conocí a nadie que se quisiese suicidar solamente para matarme...de echo, no conozco a nadie que quisiera matarme. La muerte es algo natural, marino.
-No para mi...-Valoran empezó a levantarse lentamente, mientras su cuerpo se convulsionaba, mientras todo el ron que había bebido reaccionaba-Para mi, lo que tú hiciste fue un rapto, una herejía.
-¿Y no se te ocurre otra idea que traerme a mujeres que se suicidan por la pena de no verte para que me hablen de lo zorra que fui llevándome a tu esposa? ¿No te parece algo hipócrita?
-¡Me bebí más de diez botellas de ron la noche que ella se fue para darte caza, y no morí, ni con las veinte del día siguiente, ni con las treinta del posterior! ¡Si yo no podía ir a por ti, crearía un ejército para que me temieses!
La mujer miró lentamente al marino que se debatía entre la vida y la muerte mientras su mayor esfuerzo era mantenerse en pie, despierto y sin vomitar.
-Eres apuesto, Valoran.
-¡Devuélvemela!


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