domingo, 2 de junio de 2013

El hombre de las cadenas.

Se trataba de su santo y seña. Todos en Seracity reconocían su presencia con aquel tintineo. Podía ser un simple atraco, podía ser una violación, o incluso una aparición pública decapitando a un político corrupto. Él era el llamado hombre de las cadenas, aquel vestido con una gabardina marrón, un sombrero de punta ajado y unas botas altas, y su presencia no se asociaba a la justicia; su presencia significaba muerte.

Su primera víctima fue un atracador de poca monta en un callejón. Lo poco que se encontró de aquel desgraciado fue un cuerpo destrozado por marcas de eslabones de cadenas.

Su segunda víctima fue un asesino que presumía con sus semejantes de una mujer de raza negra que había llorado por su vida. Él, junto con sus ocho acompañantes fueron encontrados con las mismas marcas de cadenas alrededor de su cuello o traspasando su pecho.

Pero aquella que conmocionó a toda Seracity fue la de Priticcio.

Priticcio era el capo de Seracity, y estaba fervientemente obsesionado con aquella figura del hombre de las cadenas. Él se dedicaba al crimer organizado, su turno iba a llegar tarde o pronto, así que investigó.

Y se dio cuenta de que todos los crímenes se habían producido alrededor literalmente de una sola casa.

Y así, Priticcio lo entendió todo.

El misterioso justiciero estaba arduamente enamorado de una mujer ciega, aquella que vivía en el número 2 de la calle Asáfan. Ésta llevaba meses sin salir de su casa, y éste, fuese quién fuese no había tenido, como decía el mafioso, los cojones para siquiera pedirle una simple cita. Ahora, sus hombres la habían raptado, y la retenían en el centro de operaciones de Pitriccio, también conocido como la comisaría de Seracity, donde todo los policías se hallaban untados hasta el cuello.

Cuando todas las luces de Seracity se apagaron, y se oyeron los gemidos, gritos, súplicas y tintineos dentro de las cámaras contiguas de la comisaría, Pitriccio empezó a temblar, pese a tener la cabeza de la ciega en su cañón. Ésta se hallaba quieta, resignada, extrañamente.

Entonces oyeron los pasos taciturnos al otro lado de la puerta. Era la típica puerta de despacho con un cartón semi trasparente donde colgaba el letrero "Policía", y dejaba ver una borrosa sombra al otro lado.

-¿Te haces una idea de lo solo que puede sentirse alguien a quién nadie entiende? ¿Te haces una idea de lo doloroso que es ser un monstruo, mientras otros roban, matan y campan a sus anchas en un mundo corrupto?-La voz del hombre de las cadena era monótona, pero dolorosa, como si siquiera articular aquellas palabras le provocasen dolor- ¿Y tú, otro más en mi lista, te atreves a robarme la única persona en éste mundo que no me considera un monstruo, pues no ve mi aspecto, y poner su vida en peligro?

Y el hombre de las cadenas destrozó la puerta de una patada mientras Pitriccio y sus secuaces disparaban sin compasión, pero todas sus pistolas se atascaron, y dejaron de responderles. Al dar un paso bajo la lámpara de la habitación, todos tuvieron que mirarse para cerciorarse de que lo que veían era cierto.

La cara del joven era una masa de piel y costuras, sin pelo alguno. Una costra enorme de quemaduras de primer grado, de labios finos, con un ojo tapado por un pedazo de piel, unas orejas ausentes, o una cabeza calva. Sin embargo aquello más prominente era que sus mejillas mostraban agujeros por donde se contemplaban sus dientes.

De las manos del ser aparecieron sendas cadenas, con extremos de cuchillas finas y afiladas. No tuvo problema alguno para degollar las gargantas de los delincuentes...hasta que se fijó en Pitriccio.

Estaba literalmente temblando, mientras con un cuchillo acariciaba la garganta de...
-Samanta...-No te preocupes, todo irá bien.

Pero Pitriccio trató de asustar al hombre de las cadenas que no dejaba de avanzar hacia él sin temer a nada. De repente usó una de sus cadenas y enrolló la mano del mafioso, tensándola, evitando que llegase a tocar la piel de su amada una vez más.

Tiró de él, y dejó que en un acto de defensa, le clavase aquella navaja en el corazón. Tras asegurarse de haber sido herido de gravedad, enrolló el cuello con sus cadenas y miró a Pitriccio a los ojos:

-Samanta es ciega, y también sorda, y si defendí su vida con mayor ímpetu que el que tú nunca demostraste, fue porque una vez me encontró en su portal muerto de hambre y cuidó de mi mientras me deleitaba con su risa cada día.
Yo quizás sea un monstruo, pero vosotros...-Y entonces decapito a Pitriccio sin vacilar-Vosotros, ladrones, asesinos, violadores, corruptos y charlatanes...sois todos la escoria de la raza humana.

Y mientras caía al suelo, en el momento en que sus rodillas tocaban en suelo y se daba cuenta de que por poco casi matan a Samanta por su culpa, llegó a oír, justo antes de caer inconsciente:

-Nunca, nunca dije que fuese sorda, Travis.

2 comentarios:

María dijo...

Vicent me alegra que sigas escribiendo, tus relatos enganchan.

Un beso.

Josep dijo...

Fantástico el final, Vicent.

Una abraçada.