martes, 18 de junio de 2013

¿De veras que soy tan malo?

Llovía.
Sin embargo corría ignorando toda estrella, todo carruaje. Corría ignorando los gritos de los guardias, ignorando los grilletes rotos rebotando entre sus piernas, con sus pies desnudos.
Solamente una dirección se mostraba en su frente, en sus ojos. Solamente un lugar podría calmar su angustia, solamente una persona podría aniquilar con una sola palabra aquella incertidumbre, porque quizás él mismo se equivocaba, quizás él mismo era el errado...o quizás no, y eso le daría fuerzas para luchar por mil vidas más.
Él era un plebeyo, sabía y conocía los rincones más oscuros y rebuscados de la ciudad. El poder haber escapado de la celda sí que había sido una proeza...y habían caído tantos, pero tantos de sus compatriotas...
...pero el mero echo de decirles porque estaba allí inspiró en ellos la llama del compañerismo.

Al darles esquinazo a los más de quince hombres ataviados con mosquetones y lanzas, fijó de nuevo sus ojos en aquel lugar. En el palacio de la duquesa Lucia.
Al acercarse se dio cuenta de la ingente cantidad de centinelas que la custodiaban.
Sin embargo, él era un ratero, un profesional del sigilo y de la oscuridad, y aquella noche nada podría pararle de sus ojos, de su aura, de su piel, de su pelo, de, simplemente, su voz, regalo celestial allí donde los hubiese.

Logró, mediante un perro con un cascabel robado a una vaca y mucha paciencia, crear una parte de la muralla limpia de guardias, y por ella saltó con sus pies descalzos, aunque sangrantes.
Al fin, llegó a la puerta de palacio, donde solamente el servicio podría delatarle, pero valdría la pena con tal de llegar a ella.
Entró con sigilo, pero una deidad le propició su encuentro con Anaya, la duquesa de Lucia.
Y solamente al llegar a la puerta de sus aposentos, pudo sentir el joven la proeza y la mangitud de lo que iba a hacer.
Él era un marginado, un paria. No tenía honor ni clase, ni títulos ni riquezas...pero él y ella se habían amado de una manera tan, tan etérea, tan indescriptible. Ella y él habían coincidido en un robo, donde la duquesa le proporcionó cobijo por unos días...en los que se enamoraron y hicieron el amor ardiente y pasionalmente, de una manera que ni nobles, ni reyes, ni dioses llegarían a hacer nunca. Ambos se habían amado día y noche durante un tiempo que, de haber sido infinito, habría creado magia por valor de mil soles.

Y al entrar, solo pudo encontrarse con la boca del cañón de una pistola apuntándole al mismo corazón, mientras que la duquesa, mientrss que Anaya chillaba presa del pánico. A su lado, el Barón de Lucia, su padre, tiraba en el suelo aquella pistola manchada con la muerte del enamorado paria de su hija. La miró y se fue andando lentamente de aquella estancia, a avisar al servicio acerca de que podía retomar sus quehaceres.
Anaya sin embargo gateó, llorando y sollozando hasta él, hasta su joven amado. Ambos, no mayores de dieciocho años, en la más fatua y poderosa edad regida por los instintos, la valía y el honor, eran protagonistas de un drama sin fin.

-Yo...yo...Bastian yo...yo...-Fue lo único que podía articular Anaya mientras sostenía la cara moribunda, pero feliz del joven ratero.
-Anaya...-La voz del enamorado se quebró por un instante en el que el mismo corazón del universo dejó de latir viendo aquellos dos luceros apagarse lentamente-¿De veras que soy tan malo?
Aquello hizo morir a la duquesa, que no podía más que apretarle los cabellos y limpiarle las lágrimas, suyas y de ella, de su tierno rostro.
-¿Malo?¿Malo? Me has abierto un mundo de ilusión, de amor y ternura. Un mundo donde confiar en el silencio de las flores, en la bravura del mar. Tú, Bastian me has hecho ver qué hay más allá del deber y de la cordura: el amor y la verdadera locura, donde uno se vuelve loco por amar, donde uno se vuelve un enamorado tras invadir la demencia más dulce y ciega. Y yo...yo...no sé qué es lo que voy a hacer sin tus ojos, esos ojos avellana, con un brillo que poco a poco se apaga frente ami propia mirada.
-Y entonces...¿Por qué no podré estar nunca con la persona que vuelve de mi vida una odisea?-Preguntó Bastian, sintiendo su vida desvanecerse segundo a segundo.
-Porque...-La voz, y el nicho rojo en su vientre fruto del cortaplumas de su cuarto indicaron a Bastian que Anaya acababa de cometer un pecado capital-...en el mundo hay gente empeñada en que los demás no sean felice, y por ello crean fronteras, límites, clases sociales...estupideces para que nadie excepto los poderosos lleguen a su felicidad...hasta que gente como tú y como yo, Bastian, gente enamorada rompe esas fronteras.
-Te amo, Anaya-Dijo Bastian abrazándola.
-Te amo, Bastian-Acabó Anaya, besándolo.

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