miércoles, 24 de octubre de 2012

Como superar una muerte.

Llevo unos días con tiempo para pensar, tiempo para reflexionar. Tiempo para sincerarme conmigo mismo y dejar salir de mi interior mil cuchillos que dudo que algún día lleguen a sanar. Pero son eso, heridas, graves y siempre sangrantes, negras e infectadas, pero heridas al fin y al cabo. ¿Y qué puede una herida si no dolernos hasta extremos insospechados, hacernos llorar, rabiar, perder la noción de la realidad? 

La herida de la muerte me era ajena, quizás nunca entendí, como muchos que leáis estas palabras, que era realmente perder una persona. He esperado tanto tiempo para abrir mi coraza con un único motivo: hacerlo cuando creyese que hubiese logrado el grado de madurez suficiente como para cerciorarme de que comprendo exactamente lo que es perder a alguien.

Cuando pierdes a alguien, a alguien cercano a ti, ese "perder" que nos encoge el corazón y que nos recuerda el abismo, ocurren mil cosas en tu alma. 

En mi caso, voy a explicar con detalles mis sentimientos con una de las peores pérdidas que pueda hallar en este sombrío valle: 
-La pérdida prematura de un padre.
-La pérdida de un hijo.
-La pérdida de un hermano.

Y curiosamente, las tres las he vivido en mis carnes y en mis ojos. En concreto, vi a mi padre temer el recuerdo de la ausencia de su hermano, vi a mi abuelo recordar a su hijo, mi tío, y a mi propio padre...y no hay noche en la que no me vaya a la cama sin darme cuenta de que me falta algo en mi interior al que llamar padre, y que acuda a abrazarme.

Pero creo que con mis diecinueve años he aprendido a sobrellevarlo. No es fácil, y no es una cura. Es como una ayuda con la que aceptar que mi padre, mi abuelo, mi tía, quién sea que me falte u os falte a vosotros no nos darán un abrazo físico.

Lo primero que hay que hacer es llorar. Llorar con todas nuestras fuerzas. Ser fuerte no es aguantar unas lágrimas que el más poderoso de los hombres se permite derramar. Ser fuerte es aceptar todo lo que esas personas han sido y lo que serán. Cuando lloremos debemos gritar si es necesario.Si tenéis una canción que os recuerde a esa persona, en mi caso "Siempre (Dulcinea II)" de Mago de oz, agotadla. Impregnaos de ella hasta que se convierta en vuestra segunda piel. Solo entonces, cuando os halláis despedido de esas miles y miles de lágrimas podréis entender que en verdad, esa persona fue tan importante. Mientras escribo estas letras yo mismo lloro, pero no en vano lo hago por fuerza. Cada lágrima que derramo es más y mejor sinceridad conmigo mismo y con mi padre. 
Lo segundo, encontrar cualquier cosa que nos recuerde a esa persona y jamás jamás desprendernos de ella. No sabría decir las veces en las que al derrumbarme, he mirado un objeto de mi padre y he sentido que me miraba. Nunca nada nos hará volar más alto que el intento de mantener en alza el orgullo que sienten y sentían por nosotros.
Y lo tercero es sentarnos en un lugar especial, solitario, y cerrarnos en nuestro interior por un instante.

Entonces, en ese momento libraréis la peor de las batallas. 
¿Nunca los volveré a ver sonreír?
¿Nunca volveré a oír su voz?

Miles de preguntas como éstas nos asaltarán y nos intentarán destronar de todo lo que hemos conseguido, pero os digo lo que yo entonces me di cuenta, lo que mi padre me enseñó, lo que en mi alma se repite con la saciedad del respirar, la constancia del andar y la fuerza de la vida:

-Cada sonrisa que nos entregaron no fue mas que un regalo que debemos cuidar como la mas fina vajilla. Cada mirada fue una prueba, y cada risa un acorde infinito hacia una melodía cósmica que nos empuje en momentos difíciles. Cada abrazo, un refugio, y cada apretón de manos un escudo impenetrable. Cada hombro fue un armado muro contra cualquier enemigo. 
Y si en cualquier momento dudamos de nosotros mismos, ellos estarán allí. Si tan poderoso fue el amor que nos profesaron, pensadlo, ¿Realmente creéis que puede marchitarse, incluso ante la muerte?
Amar es amar, y las personas que se van y nos duelen en nuestro costado es porque literalmente eran parte de ese costado. 

Mi padre era un amigo, un padre, un consejero, era mil cosas, pero sobretodo era mi ejemplo. No pienso dejar que nada trastoque el respeto y el afecto que le profesaba pues el orgullo y el honor son conceptos tan ligados a los recuerdos que casi se confunden. Y por ello mismo se que cada vez que sonrío, él sonríe conmigo, que cada vez que me siento, él lo hace a mi lado, cada vez que fallo, quién me levanta es él...

¿Y cómo se esto?

El amor de la familia, como él decía, es lo más importante del mundo. No hay nada que pueda compararse al lazo ancestral y etéreo que une un padre a un hijo, un hijo a su madre, o un hermano a otro hermano. Por ello ni siquiera la muerte puede permitir que un padre levante a su hijo, o que le empuje cuando dude, o que le siga abrazando exactamente en el instante en que lo necesita. 

La muerte es un destino incierto, pero débil si tenemos en cuenta como amamos, como queremos, como recordamos y sobretodo como sentimos.

Animo a todo el que lea este post a que deje anonimamente en  un comentario lo que sea, cualquier cosa, una confesión larguísima o un grito de dolor, un llanto o una lágrima o, si lo necesita, su correo electrónico para desahogarse. Pues el último y más importante de mis consejos, los cuales he vivido y he sentido en mis pieles es:

Nunca te enfrentes a la pérdida de alguien solo. Aunque seas poderoso como una roca, tu corazón nunca se recompondrá de ello, y vas a necesitar el ungüento de otra persona para que te levante. 
Si echas empeño solo, nunca te levantarás.

Un saludo a todos y espero que os haya podido ayudar al menos un poco, a mí al menos, escribirlo ya me ha conferido un poco de paz.

E.M.S.A.



3 comentarios:

Ginés J. Vera dijo...

A veces me quedo sin palabras cuando leo estas confesiones. En esos casos prefiero decir: ánimo.
Un saludo y valor en el día a día.

Josep dijo...

Amigo Vicent, no te contesto casi nunca, pero esto no significa que no te lea con cariño. Igual que hoy. Hoy te contestaré dándote la razón y no quitaré ni una letra de tu pensamiento. Pero de la misma manera que un enfermo se hace a la idea que aquella enfermedad forma parte de la vida, en la muerte puede ocurrir lo mismo.

Nuestra sociedad está empeñada en negarlo, en que no pensemos en ella, en que le demos la espalda y nos pille cómo y cuando quiera, sin que hayamos podido siquiera plantearnos si nos gustaría prepararnos para cuando llegue ese momento, o cómo hacerlo. ¿Por qué nos cuesta tanto hablar de la muerte, nombrarla, afrontarla? Hacemos peliculas de terror sobre ella o comedias de humor negro, pero rara es la vez que hablamos seria y pausadamente sobre ella. Es un tema tabú. Nuestra sociedad ha construído un muro infranqueable para aislarnos individualmente de la muerte. ¿Te has dado cuenta de lo atípico que es que se publique el índice de suicidios de un país, o el de los ancianos que han muerto en sus casas en la más terrible de las soledades sin nadie que les acompañara? En nuestra sociedad la muerte es algo que solo les puede pasar a otros, a personas alejadas de nuestro mundo, a seres que no conocemos y cuya existencia o no existencia no afecta directamente a la nuestra. Son datos, estadísticas, alguna reseña en la crónica de sucesos si la muerte ha sido muy violenta… Cuando muere alguien cercano a nosotros nos consuelan diciendo que ha sido un accidente, que esa muerte es algo contra natura, o, por el contrario, si se trata de alguien muy mayor, que era algo inevitable. Cuando somos jóvenes todas las muertes son contra natura, son accidentales, porque la muerte, sencillamente, no existe. Cuando vamos creciendo y vemos morir a nuestros padres y a nuestros mayores, pensamos que es algo inevitable, que es “Ley de vida”, y nos resignamos a perderles. Y cuando, ya viejos, somos conscientes de que ya no quedan más mayores, de que los próximos somos nosotros, de que ha llegado nuestro turno, hemos tenido tanto tiempo para asimilarlo y son tantas las cosas y las personas que hemos perdido por el camino, que la muerte ya no nos asusta, y la aceptamos con resignación. Nos da miedo el dolor y el sufrimiento, pero no la muerte. Y en ese interín de todo esto que es la vida, hemos pasado por este mundo huyendo de la muerte, huyendo de pensar en ella, de hablar sobre ella, de estudiar sobre ella, de prepararnos para ella, sumergiéndonos, al hacerlo, en una absurda existencia de consumo, ocio e idiocia programada.

Amic, perdona por hacerlo tan largo.

Una abraçada molt gran!

Unknown dijo...

Hola Vicent, sin palabras. Leyendo tu blog, me he identificado mucho contigo, yo tambien sé lo que es perder a un hermano, a un padre, y a un abuelo. Lo mas duro de la vida, ver a un padre llorar la muerte de un hijo, ver a un abuelo enterrar a su nieto, que te falte cada dia el abrazo de un padre. Bueno en fin, lo has definido tu muy bien. Gracias por crear este blog.