domingo, 17 de agosto de 2014

La leyenda de Solámen


Hay una leyenda que desafía toda lógica, pues en ella se encuentra la más pura aversión a la violencia, y, a su vez, el mayor gesto de amor y dedicación que ningún soldado de Versia jamás haya protagonizado.

Solámen era un simple escritor de una ciudad de las guerras Únicas en el lado oeste de Ephilium. Allí, un poderoso señor de la guerra llamado Zeúl estaba protagonizando auténticas masacres, y, a su vez, el joven literario estaba cayendo en las profundidades más ocultas de lo que los libros llamaban amor.

El nombre de ella es desconocido. Él se encargó de que nunca se supiese. La mantuvo a salvo.

Al empezar a decaer las fuerzas de la corte, empezaron a reclutar a jóvenes de manera forzada. Entre ellos fue a caer el cargo en Solámen, que no dudó en defender su tierra, pues su ciudad se encontraba en las cercanías de las batallas contra Zeúl.

En la primera batalla, herreros, entrenadores, rudos domadores de caballos, armeros, maestros navegantes. Muchos con experiencia, fuerza e instrucción militar cayeron. Pero no Solámen. El joven escritor, aunque aterrorizado, acabó con las vidas de cientos de sus adversarios. Su espada, una tosca vara militar, era inexperta en sus manos...

...pero la valía que demostraba era un prodigio.

Tras varias batallas con las milicias, Solámen fue llamado a hablar con el rey de Ephilium. Éste le prometió cualquier deseo que anhelase de llevar sus tropas a la victoria.

Sin embargo, el joven escritor, pese a carecer de músculos, era arbitrario en cuanto a inteligencia, y sabía a ciencia cierta que aquellas guerras, las guerras Únicas, iban a tardar años, quizás décadas. Aquel señor de la guerra había captado adeptos por doquier.

Pese a enviarle a diario misivas a su amada, se dio cuenta de que, probablemente no la volviese a ver, a su pesar.

-Deseo, no sin egoísmo ni soledad, que me hechicéis para que, siempre que mire la luna, vea, no solo su rostro, no solo sus labios, no solo sus cabellos. Quiero que la misma luz lunar sea el destello que desprende su mirada. Ella será mi estandarte. No lucho por estas tierras, sino por las suyas.

Los pocos soldados que sobrevivieron a las guerras Únicas describen a Solámen como un demonio que apareció de la nada. Miraba al cielo tras matar a cada enemigo, tras sesgar cada vida que debía arrebatar para salvaguardar a los suyos.

Otros, sin embargo, lo describen como un suicida. Las veces en que se inmoló en grupos de soldados de Zeúl que franqueaban a los suyos, y tras recibir severas heridas, vencía, eran innumerables. No era un capitán. No era un sargento. Era un escritor, pero para ellos, era un líder.

No dejó de enviar ni una de las cartas a su amada. En cada día, el enviaba una poesía. Ella le respondía siempre con estupideces, y ambos eran conscientes lo que sanaba el corazón de Solámen leer sobre el pan, sobre el agua de la fuente de su ciudad.

Pese a todo, su campaña, tras varios años, fue en aumento en cuanto a éxito. Llegaron a cercar en batalla a Zeúl, pero éste había reclutado cientos de mercenarios.

Mientras el enmigo cargaba, todos los soldados ephilenses miraron al enemigo, furiosos. Solámen miraba la luna.

-No hay en un mundo como éste oscuridad suficiente para callar la luz que tus ojos desprenden-Se oyó suspirar entre los comandantes al lado del escritor.

Nadie vio como murió Solámen. Lo encontraron con una daga en su corazón, mientras, en su mano, sujetaba la misma espada que siempre había llevado, y, sin embargo, ésta atravesaba el pecho muerto del señor de la guerra.

Todos creyeron que fue asesinado.

Sin embargo, la última carta que Solámen envió, y que su amada destruyó terminaba con una cita:

"Pese a todo voy a amarte en cada bocanada de aire que exhale, pero ya no puedes amarme. Ya no somos los mismos. Me he convertido en lo que más odio, y por ello, no voy a volver. No voy a ser símbolo de la muerte de miles de granjeros. Solo mira la luna cuando me heches de menos, cuando me extrañes. Si vislumbras un brillo, siénteme en tu corazón, pues será mi alma corrompida, que acaricia el único acto de pura bondad que realicé en mi vida. Eternamente tuyo, Solámen"

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