Buenas, soldado!
Heme aquí, solo pero fuerte. No soy diferente a ti, ni lo pretendo. Ni soy mejor, ni lo quiero. Soy tú mismo, con tus mismos ideales. Aún creo en la palabra dada, en los juramentos, en las puestas de sol que nunca terminan, en la magia, en el amor, en la amistad y en la bondad; pero no creo en las personas, ni creo en el destino, ni creo en la debilidad del que dice ser débil, ni en aquellos que pretenden hacer oír su voz por encima de la de los demás.
Heme aquí, repito, para hacerte recordar. Que tu mirada no son tus dos ojos. Tu mirada es tu faro guía, porque tú, a diferencia de los demás, no ves con ojos de odio o furia. Ves con aquellas órbitas sedientas de conocimiento, de experiencias, de vientos y de sonrisas. ¿Recuerdas? Nada vale más que una sonrisa. Repito, ¿recuerdas?
Sin embargo he aprendido, mediante batallas inesperadas, estocadas esquivas, poderosos enemigos y noches en vela que incluso el alma del más persistente guerrero puede llorar desconsolada. Si te escribo es para recordarte que nunca has estado ni estarás, ni mucho menos estás solo. Que te acompañan mil y un poderosos estandartes, como el del general que te dio la vida, como el del comandante que te enseñó la valía de un corazón obstinado, como el capitán que te ha entregado la fraternal palabra de un hermano, o la capitana, que te ha mostrado, aunque lo niegues, ciertos abismos de bondad, símbolo de que tras una lúgubre oscuridad puede hallarse un abismo de luz.
Pero no olvides, joven, aunque no tengas ya tu pelirroja barba, que hay un ente más allá de todo poder humano a la que no puedes olvidar. Siendo ésta la reina de vuestro hogar, os ha conferido dones exclusivos a honrados caballeros como tú. Os ha dado el poder de una sonrisa sincera, o la brutal fuerza de un abrazo. Os ha otorgado la brillantez de la sinceridad, así como os ha hecho partícipes de su alma, que aunque ya ausente de toda coraza, sois vosotros los que la mantenéis en vilo.
No te escribo nada más que para recordarte que se espera mucho de ti, pues demostraste tu empeño en mil y una cosas, pero no con ello es suficiente. Cuando por fin sepas el valor de una sonrisa, o huelas la vida en una rosa; cuando tengas por presente tu victoria sobre la muerte o rindas culto a la vida en todas tus formas, entonces, joven, entonces habrás llegado a tu objetivo, y serás lo que siempre ha sido.
Alguien de quién estar orgulloso.
Atentamente, tu joven precursor, que sabe que no le defraudarás, a él, no a mi.
E.M.S.A
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