miércoles, 12 de septiembre de 2012

Divagaciones.

Me vais a perdonar, y con ello me refiero a que no voy a tratar de escribir un artículo, un fragmento con aspecto abstracto o un relato, por ello ya advierto que aquellos que busquen literatura, esta noche, 13 de septiembre, les defraudo.

Hoy es otro día más, para mucha gente. Para mi se ha vuelto el castigo propiamente dicho que la muerte me propina como recuerdo funesto. Inconscientemente, cada 13 de mes, sin ni siquiera darme cuenta, mi alma, siempre, me conlleva a entrar al blog, el blog del que ÉL estaba tan íntegramente orgulloso, y cuando miro la fecha, me quedo siempre estupefacto.

Estos meses he recordado momentos felices que quiero grabar en la memoria virtual para recordarlos mejor, para compartirlos y para en un futuro, que mis hijos conozcan la verdadera bondad de su abuelo ausente.

Recuerdo, al volver de un viaje escolar de fin de curso, que me dijeron, justo al llegar a casa que había fallecido mi abuelo. Mi abuelo era mi mejor amigo entonces. Ni mi madre, ni mi hermano, ni nadie podría haber hecho nada por mi. Mi padre era una persona muy grande, tanto física como mentalmente, y al decirme aquellas palabras, no lloré, no pude hacer nada. Mi padre, siendo tan mayor y grande, siendo tan fuerte y siempre tan natural, nunca mostrando muestras de afecto tan grandes, me abrazó con un sentimiento que NUNCA, NUNCA jamás he sentido y dudo que sienta. Por aquel entonces yo tendría unos 15 años, y sus brazos, su espalda, su cabeza, todo me aprisionó en un abrazo fortalecedor que sumió mis gritos de rabia, de impotencia, todo mi odio, en calma, al menos por unos instantes.

Recuerdo, cuando me operaron del pecho. Mi padre era y siempre será una persona importante, y siempre tenía trabajo. No podía faltar ni un día al trabajo y su nombre era signo de prosperidad. Era una operación menor, pero él insistió fervientemente en quedarse todo el tiempo conmigo hasta que me recuperase. Al decirle que tuve un accidente de moto en que perdí la piel de la rodilla, me miró con ojos vidriosos. Yo, para compensarle, le mostré que podía andar perfectamente. La manera en que sonrió al ver como entraba en el coche con la pierna totalmente recta y el pecho vendado era una recompensa tal que todo dolor se me marchó.

Recuerdo cuando una vez me habló. La pregunté que pensaba exactamente de mi (fue una época difícil para ambos). Íbamos en coche, e íbamos solos. Él, como yo, conducía con una mano al volante y otra en la ventana. Me miró y se rió. Me llamó egoísta y demasiado iluso, y yo me quedé en silencio triste al ver que mi padre pensaba aquello de mi. Al instante me miró con una mirada sincera y me dijo que era la persona más perseverante que jamás había conocido, y que nadie ni nada podría nunca acabar conmigo. La manera en que me sentí fue indescriptible.

Como ya he dicho, no soy de los de llorar de felicidad de la misma manera en que no soy de los que suelen sonreír de manera sincera y natural. Sin embargo, hubo una vez en que mi padre me hizo llorar delante de toda una casa.  Fumaba mucho, mucho, pero sus ataques al corazón su estrés y su dieta le provocaron que el médico le prohibiese fumar. Más de una vez lo intentó, y acabó volviendo, siempre argumentando que fumaba porque quería, que podía dejarlo cuando quisiese. Por aquel entonces yo me fui a mi último viaje a Edinburgo, y antes de irme me dijo que iba a volver a dejar de fumar. Le miré y sonreír, sin más. Tengo un correo electrónico que algún día me atreveré a publicar aquí que le envié antes de irme, de manera que no pudiese decirme nada. A las dos semanas me llamó al móvil mientras yo estaba con la família de acogida (Traducción al castellano):
-Hola Vicente.
-Hola Papá.
-Tengo algo que decirte.
-Dime Papá.
-Llevo dos semanas sin fumar, desde que leí tu correo. He dejado de fumar.

La manera en que lloré, sonriendo, disimulando mis sollozos ante el teléfono, diciéndoles a la família con gestos que estaba bien, creo que nunca he sentido nada así porque no hay nada que haya deseado tanto.  Simplemente contesté:
-No hay nada que pudiese hacerme más feliz.
Pero aquello era algo lejano a lo que sentía. Me fui a correr, y por dios que tuve más energía de la que jamás había gozado. Corrí y corrí y no logré cansarme por muy lejos que llegué.


A él y a mi nos encantaban las antigüedades. Yo compraba las que me podía permitir y él todas las que veía. Un día llegó a casa con tres cajas de cartón. Se trataban de un rifle español, una pistola de nácar y un calendario maya. Apenas hice caso a las armas y me centré en el precioso y curtido calendario, al ver que contemplaba más el calendario que unas armas de fuego, sonrió, aunque nunca se dio cuenta de que le vi.

En mi casa no era usual dar regalos a los padres, no por nada si no porqué no les hacía falta de nada. Las últimas navidades yo sabía que mis hermanos no le habían comprado nada, y aunque yo no gozaba de una situación económica regular entonces, logré comprarle un regalo, simple pero directo. Al llegar la navidad, todos recibieron un regalo (Mi madre, mi hermana, mi hermano, yo) y mi padre sonrió mientras nos observaba. Yo le miré y le sonreí. Al sacar el regalo que le había comprado, al desenvolver el simple estuche de edición limitada de Diesel, al ver que había sido mi prioridad, sendas lágrimas cayeron por sus mejillas y me abrazó y me besó de una manera que añoro cada noche en que siento el frío de su ausencia.

De pequeño, yo dibujaba casi cada día, y mientras pudieron, mis padres nos mantuvieron con un toque de queda (a las diez a dormir) una noche le hice un dibujo. No recuerdo qué era, pero puedo recordar que ponía algo como tequiero papá, y sonrió ante aquellos garabatos. Mi hermano es ocho años mayor que yo. A mi me abrazó entre sus piernas y me sentó al sofá con él a ver la tele hasta la hora que quise, a mi hermano lo mandó a dormir.

Por último, quiero nombrar la primera vez que vi a mi madre y a mi padre llorar. Ambos eran y son muy parecidos. Fuertes, orgullosos, gente digna y honrada y con un corazón que asusta ver pues su extensión es inmensa. Con nueve años, rebusqué en el altiillo y encontré una foto de mis padres, al casarse. Tengo que mencionar que mis padres se separaron cuando yo tenía 8 años. En esa foto se les veía felices, además, estaba rasgada por abajo, en un hueco en el vestido de boda de mi madre, y no tenía marco. Parecía la portada de una revista olvidada. Sin dudarlo marché a comprarle un marco, y la dependiente sonrió tanto con un niño tan pequeño y tan lleno de convicción que me ayudó de mil formas para arreglar la foto. Le colocamos un pequeño detalle con un oso y un texto que rezaba (Os quiere vuestro hijo, Vicent), le colocamos un marco precioso y lo embalamos en papel de regalo con un lazo. Por la noche senté a mi padre y a mi madre juntos. Les dije que tenía un regalo para ellos. Al abrir el regalo ambos se quedaron mirando la foto. Sus miradas eran ausentes pero llenas de vitalidad. Al final, rompieron a llorar, sonrientes, felices. Las dos personas más fuertes que conocía estaban llorando frente a mi y era por mi culpa. Me sentí mal y empecé a llorar, arrepentido. Al verme, ambos me abrazaron y me besaron, al tiempo que me daban las gracias. Hoy, once años después, la foto descansa, en su marco y su detalle en la misma mesa, en el mismo lugar en el que la colocaron aquella noche.

Siento un post tan personal, pero ya dije mis razones, y creo que cada uno debe ser consecuente con lo que piensa y hace. Gracias de todas formas por atreveros a llegar hasta aquí. Un saludo.

4 comentarios:

Militos dijo...

En primer lugar decirte que me encantan los aullidos a la luz de la luna.

Tu relato me ha emocionado, no sientas que el post sea tan personal, en cierta medida los blogs forman parte de nosotros y enseñar en ellos algo de nuestra intimidad es lógico.

He conocido a tu abuelo en cada palabra que has escrito de él, yo también soy abuela, y he comprendido todo el amor que tu padre guardaba para tí. ¿No te sientes dichoso por ello? Se ve de lejos que sí.

Un beso y felicidades por el post

Anónimo dijo...

Que lindas anécdotas.
He recordado a mi padre que para mi es la mejor persona que pudo existir en mi vida, y que no hay nadie mejor.
Al igual que tú, yo guardo recuerdos maravillosos de él, y cuando cierro mis ojos creo tenerlo al lado, cuidando de mi.

Gracias por compartir algo tan personal, y hacer que bellos momentos vengan a mi cabeza.

Un abrazo.

Diana Profilio dijo...

Entrañables recuerdos escritos con el corazón entre las manos. Has pintado a tu padre de cuerpo y alma; grande y fuerte y por fuera pero son una sensibilidad a flor de piel que logró erizar la mía. Gracias por compartir tu sentir. por dejarlo salir y lograr que fluya; eso es bueno y reconfortante. Un abrazo, querido Vincent!!!

P.D. Ando medio perdida de los blogs pero me alegro sobremanera haber vuelto y encontrarme, justamente, con este aullido.

fus dijo...

Un relato personal con un resultado digno de una gran novela. Enhorabuena

un saludo

fus