lunes, 20 de agosto de 2012

Él.

Fue sin duda alguna, todo lo que podía pedirse de alguien como él. Era honesto como el que más, pero mentía como un bellaco; pero no habría mentido nunca sin enseñarte a hacerlo, a ser capaz de manejar a las personas como un títere feliz. Era, por supuesto, fuerte. Cada vez que te miraba te estremecía, pues entendías al instante lo que pensaba de ti, y si le descontentabas, lo sabías. Era un hombre orgulloso de sus defectos, y si no podías tu aguantarlos, perdía los estribos, pues él era feliz a su manera de ser, valoraba sus defectos por encima de todo pues no hallaba él nunca flaqueza en ellos. De hecho, siempre optó por luchar contra las adversidades. Era amable, pero rudo. Si te sentabas antes que él, te miraba mal, pero sin embargo se reía contigo si decías algo indebido.  Era sencillo. Mientras otros añoran días mejores, él prefería, por mucho, sentarse frente la televisión y reírse de los gags más simples y, en ocasiones, insípidos. Era poderoso. Una palabra suya pesaba más que la de sus mismos, aunque éstos tuviesen mayor autoridad. Nunca le vi arrodillarse ante nada ni nadie, y cuando tenía un plan, o sabía como conseguir como lo que él quería, lograbas distinguir ese brillo en sus ojos. Era decidido. Nunca le vi titubear o andar confuso de un lado a otro. Siempre sabía lo que había que hacer, y si era complicado, él mismo se ofrecía a hacerlo. Era, tierno. Recuerdo el abrazo más fuerte que me dio cómo una cárcel de amor y fortaleza. Nunca nadie ni nada me habría dañado estando él a mi alrededor como un salvavidas humano. Era natural. Si notaba tristeza a su alrededor, confería alegría a los demás con su don de gentes, virtud envidiada por no pocos y odiada por otros tantos. Era ingenioso y potente. Si le dabas a elegir entre dos opciones siempre lograba sorprenderte con una tercera de ellas, oscura e impensable, pero perfecta a la vez.

Sin embargo tenía algunas debilidades. El amor era la mayor de ellas. Amaba con tanta, tanta intensidad, que a veces le pasaba factura. Amaba su trabajo. Amaba su casa y su tierra. Nunca vi a nadie mirar el agua o el cielo con ese halo de felicidad. Pero aún con todo, el amor que más le hería, pues de tan potente que era, se olvidaba de sí mismo, era el de su familia. Nunca he conocido tamaño fervor hacia una casa como la suya. Muchas veces le vi soportar golpes fuertes con una entereza inexplicable, sin embargo cuando se trataba de un golpe infligido a uno de los suyos, sus fuerzas flaqueaban. Nunca le vi llorar hasta que vi en sus ojos las lágrimas de la añoranza fraternal.

Fumaba como un carretero y adoraba conducir. Era feliz comiendo platos sanos y de la tierra y el mar pero despreciaba la comida rápida, aunque por lo suyos, muchas veces agachaba la cabeza. Nunca nadie me enseñará mayor enseñanza que la que él me mostró, que el dinero no es el destino, si no el camino. Que nunca debe haber en tu corazón nada más que amor, y nunca avaricia.

Pero sobretodo era un herrero, pues forjó con las armas del amor y la fuerza el mayor potencial que este mundo jamás vio y verá, pues cuando alguien así logra inculcar a tres personas la capacidad de el no rendirse, cuando algo así ocurre, dicho hombre se vuelve el más poderoso de los seres.

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