domingo, 29 de julio de 2012

El pianista

Quizás no hubo en la tierra, en éones, tamaña felicidad para un hombre. Su inmensa fortuna, contabilizada en tierras, en comercios y en mercancías eran tales que se consideraba el más generoso de los hombres por el reparto que hacía de ellas. Velial era el mejor pianista que jamás hubo y habrá. El manejo que hacía de aquel instrumento era tal que los más nobles, iguales a él en rango y sangre azul, pagaban fortunas inmensas por sus letras y sus notas.
Sin embargo Velial solo apreciaba aquella enorme mansión que mandó edificar en el borde de un enorme precipicio recubierto por las más bellas plantas. Tal era la belleza floral de aquel lugar que, en la torre más alta de aquel castillo personal, las paredes estaba hechas totalmente de cristal, siendo así una habitación totalmente rodeada de animales, flores y luz.

Poco tardó el pianista en enamorarse. Fue tal el sentimiento que en poco tiempo no podía vivir sin una palabra de la doncella, y, tras la valía, insistencia y sensibilidad de éste, al final la joven accedió a ser cortejada, y finalmente también ella cayó bajo las alas del amor.
Fue aquel conocido como el tiempo del amor puro, pues en el pueblo más cercano a la ciudad se lograban oír las bellas teclas del piano inspiradas por la bella joven. Los pájaros más alegremente cantaban, los ríos mas intensamente fluían y aquel cálido año fue una bendición.

Fue llegado el invierno cuando la pena fue, para quedarse. La enamorada joven contrajo una extraña enfermedad. Cientos de médicos de todos los rincones acudieron prestos a la llamada del dinero, del amor y de la amistad del famoso pianista Velial. De entre ellos, ninguno supo cuál podría ser la sanación, y tras recibir sus honorarios, se marcharon por allí por dónde habían venido.
Pasadas unas pocas noches en las que el joven cuidó de la doncella como si de tela se tratase, ésta expiró justo en el instante en que sus labios se tocaban una última vez. El desgarrador grito que salió de la garganta apenada del pianista azotó todo el valle como un látigo cruel y asesino.

Fue entonces cuando todo cambió. Todos los criados y sirvientes fueron despedidos. El paso a la mansión fue prohibido y toda luz apagada. Sólo se recibió una visita. Un enorme piano, trabajado por escultores pintores carpinteros y músicos por igual fue trasladado con sumo cuidado a la torre de cristal. Ninguno de ellos llegó a ver a Velial.
Éste por su parte se pasó los dos días siguientes a la llegada del piano observando el precipicio tras el cristal de la habitación, con las manos posadas en su barba y la mirada perdida.

Fue entonces cuando Velial odió con todo su ser lo efímero de aquel mundo. Y pensó que aquel o aquella que hubiese sido el portador de la desgracia de su amada no podía quedar indemne. Y entonces fue cuando entendió lo que debía hacer. Lo entendió tras ver, mientras mantenía la mirada fija en el cristal, morir a una cierva. Fue solo un espasmo, un segundo, pero vio como su espíritu se ensalzó bajo la mano de una oscura silueta.
Entonces, Velial compró decenas y decenas de animales, desde pequeños ratones a enormes elefantes. Todos ellos murieron delante suya. En cada ocasión logró ver la misma oscura silueta, cruel mensajera del olvido, triste Caronte de almas. Velial entrecerraba los ojos cada vez que lo contemplaba, concentrándose. En aquellos días en que su obsesión fue la de llegar a discernir qué era quello, los pueblerinos sólo escucharon retazos de una misma sonata, una pieza cruel y triste, y poderosa.

Y aquella noche de lluvia, fue cuando Velial tuvo lo que necesitaba. Un viajero herido pidió auxilio en su casa., y el músico logró observar que su dolor provenía de una herida de bala. Entendió entonces que era una asaltante de caminos. Lo subió entonces Velial a la torre de cristal, poco a poco. El moribundo apenas ya se sostenía. Cuando llegaron el músico lo posó en el suelo y encendió un candelabro de tres puntas, y lo posó sobre el piano. Apoyó sus codos sobre la lisa superfície del isntrumento mientras no dejaba de clavar la mirada sobre el cuerpo espasmódico del asaltante, que ya se debatía ante la muerte. Entonces una de las velas se apagó, y Velial sintió el recorrer de una tela pesada por la habitación, acechando al muerto. De repente se levantó al tiempo que otra de las luces se extinguía frente a su cara. Y justo en el momento en que levantó las manos para coger la última de las llamas, miró fijamente al cuerpo del asaltante.
Fue un instante, un segundo. Un exhalo de tiempo y espacio ocasionado quizás por la locura, pero Velial vio, justo delante del cuerpo, a una enorme figura recubierta con una enorme capa con capucha. La telae staba roída y llena de polvo milenario, y su espalda se arqueaba con el peso de eónes. Y la última llama se apagó, volviendo todo en oscuridad y lluvia.

Al levantarse, Velial estaba más que seguro de lo que tenía que hacer, y se olvidó de todo lo que no fuese encerrarse en su torre de cristal, rodeado de flores y ramas de árboles que intentaban acariciar la superfície plana del ventanal. Sin embargo, la naturaleza murió en aquellos días. Los árboles marchitaron, las flores se pudrieron y los animales huyeron despavoridos. Algo estaba matando la vida de aquella montaña maldita, pero Velial hizo caso omiso. Olvidó el amor, la comida, el viento, la bebida, los animales, las plantas, solo algo cabía en su mente. El odio.
Y fue por ello que, tras una semana del incidente con el asaltante, el aspecto de Velial se asemejaba más al de un náufrago que al de un noble de la más alta alcurnia. Pero ni siquiera se percató de ello. Velial solo tenía en mente una cosa. Una única cosa, al tiempo que su cuerpo se marchitaba.

Y llegó la ansiada noche.
Llovía a mares. El cristal de la torre mostraba cascadas por su superfície, y el ruido de los trueno y los rayos eran un recital de furiosa naturaleza. El músico, pálido, con los huesos marcados por todo su cuerpo, con una barba profusa y enmarañada y unas ojeras casi infinitas, no dejaba de tocar el piano con lentitud y cariño. En aquel tiempo había recordado a su amada como si de un sol que una vez le había iluminado se tratase, y ese mismo recuerdo le fortaleció.
Y llegó el momento clave.
En el zénit de la intensidad de la lluvia, en que los truenos danzaban alrededor de la mansión, en que el mismo barranco estaba ya impregnado de lodo, Velial se hallaba totalmente rodeado de velas y candelabros. Tocaba el piano lentamente mientras sonaba su música. Éra la última vez que tocaba una sonata de amor, pero lo hizo con la pasión que le caracterizaba.
Y notó aquella presencia de nuevo.
Y cuando levantó la cabeza, allí la vio.
Una enorme figura, lánguida y pálida como él a través de la oscura túnica. Delgada hasta el extremo y terrible como el más trágico monumento. Allí estaba, frente al piano, con la capucha de landa sobre sus ojos y las manos ocultas bajo la longitud de las mangas, ya ajadas.
-Así es que me has estado buscando-Dijo la terrible figura, con una voz de ultratumba, tétrica y fría como los huesos de un alma en pena.
Sin embargo, Velial no respondió.
-Aquí me tienes para tu propio disfrute. He venido a por tu alma Velial.
Y así era. Y así él lo sabía. El pianista logró entender que no era posible llegar a sorprender a la muerte. Y por ello él sería su reclamo. Él dejó de comer. Él dejó de beber. Solamente empleó su tiempo en un único menester.
-Te llevaste la luz de mi vida. Todo aquello que siempre quise fue ella. Ni la riqueza, ni la fama, ni el talento de la música. Ella, muerte, ella era todo lo que mi cuerpo requería para vivir, sonreír, andar y ser feliz. Ella era la auténtica musa de mis letras y mi auténtica fortuna. Mi talento no era más que el de amarla pues nadie podía hacerlo como yo, y yo la amé hasta la saciedad...¡Y te la llevaste!-Anunció Velial aún con los ojos cerrados pero tocando aquella sonata de amor más intensamente.
-¡Ella vino conmigo Velial! ¿Es que tu egoísta alma no recuerda lo que ocurrió? ¿Es qué acaso tu propia locura te ha cegado de tal manera que no recuerdas el motivo de que se suicidase? ¡La ocultaste al mundo interior, tu temperamento marchitó su sonreír y su alma ansió mi tacto como desesperada! ¡Tú tuviste a tu mujer muerta en la cama, creyendo que seguía viva mientras gurús y chamanes, en busca de tu fortuna, te seguían en macabro juego! ¡Tú has recogido la locura de la soledad y con ella has matado el buen hacer y buena fortuna de semejante muchacha!
Y Velial miró entonces fijamente a la muerte. Su propio zenit estaba cercano, si no no habría ido a por él. Entregaba su vida a la causa de poder vengar a su esposa, y por ello ahora, en aquella noche oscura, Velial empezó a tocar.

-No habrá en lugar alguno en que halles descanso-Empezó a rugir el músico mientras la sonata de trescientas ocho teclas sonaba en su piano mágico. Cada nota revolvía la habitación. La muerte entonces se adelantó hacia el músico, pero cada nota era como un golpe a su pecho. Cada nota era una parte del odio de Velial. La partitura, escrita con sangre, era una receta macabra para acabar con su existencia. Los cristales empezaron a quebrarse con pasmosa rapidez, hasta que estallaron en cientos de pedazos alrededor de la habitación. La lluvia entonces entró en la estancia, y los truenos iluminaban la cara mojada del pianista y la capucha oscura del ser inmortal frente a él. Fue entonces cuando, tras un golpe cada vez más potente, el ser se dio cuenta de que el cometido de Velial no era más que encerrarle en el precipicio con la fuerza de la música y el odio. Pero para ello debía llegar a caer en su interior.
-¡No seas iluso! ¡Ya miles de enamorados antes que tú intentaron una causa justa como ésta...pero ellos no mataron a su esposa!-Se burló la  muerte al tiempo que agitaba la mano, apareciendo en ésta una brutal guadaña dorada, producida con destellos y energía pura. La levantó un solo instante, y la clavó al piano, anclándose así al pianista, y cortando varias de las cuerdas.
Y delante suyo, Velial recogió un cuchillo, y frente a la causante de todas sus penas, el pianista se cortó las venas y continuaba tocando su sonata morta. La sangre fluyó de su muñeca hasta el suelo, y desde ahí, en forma de hilos, la sangre reparaba las cuerdas cortadas del piano. La triste música no iba a ser detenida facilmente. Y a cada nota del piano, éste ahora se movía un poco en dirección al precipicio.

-No hay nada más que puedas quitarme que el recuerdo de ella...¡Y eso es algo que nunca lograrás robarme!-Aulló Velial, apretando aún con más fuerzas las teclas del piano.
Y cuando el piano se halló al borde del suelo de la torre, la muerte se hallaba suspendida en el aire, con su guadaña clavada en la superficie del instrumento. Sabía que de seguir tocando el músico moriría con él, y por ello supo porqué dejó de tocar.
-Y...la nota final...
Y de la nada, sonó una nota tan brutal y tan poderosa que el piano se precipitó a la nada, con un aullido nefasto de la muerte, que se vio vencido por un humano, aunque también sabía que podría escapar de aquel agujero...
...hasta que vio la cadena atada a la pata del piano, y al pie del músico, que le observaba con ojos tranquilos y oscuros. Cuando éste fue estirado por la cadena metálica, en el mismo aire, suspendido, arrojó su propia sangre de sus dos muñecas a los extremos del barranco, a la oscuridad, por doquier.  Y así, la muerte quedó sepultada en el interior del más oscuro barranco de una tierra inhóspita, franqueado por el cadáver de un hombre que amó sin medida pese a que se le intentó manipular, y encerrado por unos barrotes sanguíneos irrompibles, pues el corazón del pianista pertenecía a su amada, y ésta, allá en el cielo, también poseía pues su sangre, y no hay nada que esté en el cielo y que la muerte pueda tocar.

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