lunes, 7 de enero de 2013

La danza última

Por aquel entonces, la luna aún tiritaba lejana a su calor. Ellos reían de tal manera, gradual y cálida que los mismos astros lejanos a la faz de la tierra se les arrimaban para contagiarse de su mágica aura. Quizás no se conocían, quizás eran dos extraños, pero ella era una dama, y él un caballero.

Allí, sobre la más alta montaña en la parte más alta de la enorme isla, él se visitó de gala, con una seda inconcebible y un antifaz sin color alguno.
Allí, al otro lado de la formación rocosa tapizada con hierba centenaria, se encontraba ella, vestida con un traje de luciérnagas y una máscara de viento levantino.

Se cogieron de la mano, y se acercaron el uno al otro. Ambos, carentes de lo que se cernía sobre ellos, ambos, ausentes a cualquier clase de baile, fueron enfocados con la enorme y lánguida luz de la luna y las miles y vergonzosas luces de las estrellas.

Un espectáculo de color, olores naturales jamás creados, de sonidos épicos solo reservado a los valientes, una noche preparada para el mayor de los hombres y la más compasiva de las mujeres. Allí, él y ella, luz y sombra, temperamento y firmeza, corazón y alma; ambos, al fin y al cabo, bailaron la más bella de las más únicas piezas musicales jamás escuchada por un oído humano.

Ella apoyó su mejilla en su hombro, así como él besó su cuello, perfecto, mientras la atraía hacia sí. Quizás no supiese siquiera su nombre, quizás se tratase de la portadora de la más peligrosa de las maldiciones...

...y él quizás fuese el heredero de un peligroso y lejano lugar lleno de crueles costumbres, o un peligroso y enervado dictador...

...no sabían nada el uno del otro, excepto que aquella noche, eran los reyes del mundo, que desde el cielo, la tierra, y el mismo infierno, les observaron bailar como los mas diestros bailarines jamás concebidos.

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